Teatro Real de Madrid, Temporada Lírica 2015-2016: “Alcina”

Teatro Real de Madrid, Temporada Lírica 2015-2016
“ALCINA”
Ópera en tres actos. Libreto anónimo basado en L´isola d´Alcina (1728) de Riccardo Broschi, a su vez basado en los Cantos VI y VII del poema épico Orlando furioso (1516) de Ludovico Ariosto
Música de Georg Friedrich Händel
Alcina   KARINA GAUVIN
Ruggiero   CHRISTINE RICE
Morgana  ANNA CHRISTY
Bradamante  SONIA PRINA
Oronte  ALLAN CLAYTON
Melisso   LUCA TITTOTO
Oberto  ERIKA ESCRIBÀ
Orquesta Titular del Teatro Real y músicos invitados
Músicos en escena: Flautas de pico Eva Jornet, Melodi Roig
Violín Víctor Ardelean*
Violonchelo Simon Veis*
Continuo: Violonchelo Dragos Balan*
Tiorbas: Michael Freimut, Vanessa Heinisch
*Miembros de la Orquesta Sinfónica de Madrid
Director musical  Christopher Moulds
Asistente del director musical y clavecinista Luke Green
Director de escena  David Alden
Escenógrafo y figurinista  Gideon Davey
Iluminador  Simon Mills
Coreógrafa Beate Vollack   
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la Opéra National de Bordeaux
Madrid, 4 de noviembre de 2015     
¿El hechizo de Alcina, o el hechizo de Händel? Con esta pregunta inicio la reflexión sobre el espectáculo propuesto por David Alden. Y es que razón tiene el artífice de esta puesta cuando dice que Händel no es solo actual, sino que es “cool”, en palabras suyas. En resumidas cuentas, Händel está de moda, ¿por qué no? Y bajo este prisma nos cuenta la historia de Alcina y su isla, historia que al final acaba haciendo aguas y no llega a buen puerto. Para ello sitúa la acción en un viejo teatro con signos visibles de decadencia, como centro neurálgico y de poder de la maga Alcina, lugar por el que campan sus conquistas presentes y las pasadas convertidas ya en fieras. Realidad y ficción se confunden dentro de este encuadre e idea que, si bien parte de una concepción actual y realista del mundo íntimo de los deseos, no acaba de fluir, ni de resolver, quedándose en un buen intento, pero con una resolución demasiado plana y convencional. Alden no lleva al extremo las posibles consecuencias de las experiencias vividas y acaba adoptando una manera de lo que podríamos calificar como fácil solución final, que nos deja con las ganas de ver una resolución más comprometida con la idea de la que se parte. En cuanto a la escenografía y el movimiento escénico, hubo elementos que entorpecieron el desarrollo y los momentos de concentración psicológica de los protagonistas, y es que, tanto gorila saltando en escena mientras los abundantes ramilletes de plátano invadían el espacio, acabó resultando divertido a la par que cansino e incluso en determinados momentos, fuera de lugar. Pero ¿Quién contiene al animal que todos llevamos dentro…? ¿Es esta la idea que nos quiere transmitir? En el otro extremo, hubo momentos de logros muy destacables en los que los elementos empleados, apoyan y dan el color justo en el momento adecuado, acompañando con una inteligente iluminación, como por ejemplo, en la escena de invocación a los espíritus de Alcina. La parte musical se desarrolló de forma desigual. Es indiscutible el valor de la obra händeliana y el de Alcina en particular. Enfrentarse a una ópera en la que no hay tregua vocal es un reto para cualquier artista, ya esté encima del escenario, en el foso, o al frente de la dirección. Vaya el mérito por delante, ya que los artistas se enfrentan a casi una treintena de arias y tan solo un terceto y un breve número de conjunto. La individualidad vocal es la reina en escena. Como consecuencia, los cantantes están expuestos y desnudos frente al público, teniendo tan solo el apoyo de los músicos, del director, y sus mejores armas vocales. Y así hubo decepción, sorpresas y momentos extraordinarios. El estilo del aria da capo, predominante en la época y en consecuencia en la partitura, quedó algo desdibujado, ya que las repeticiones de las arias resultaron planas y poco floridas en relación a lo que correspondería si realizáramos un análisis musical de los elementos empleados. Quien salió peor parada fue precisamente nuestra protagonista Karina Gauvin, quien interpretó una Alcina a la que le faltó flexibilidad y fluidez vocal, lo que produjo una ausencia de expresividad y de carácter que repercutió en el conjunto general. La soprano Anna Christy dio algo más de juego, tanto escénico como vocal, y a pesar de ser correcta y marcar una coloratura colocada y afinada, le faltó también expresividad vocal, no tanto presencia escénica. Bradamante-Ricciardo, rol interpretado por Sonia Prina se mantuvo extraordinaria en la parte escénica y el juego de su doble personaje, con implicaciones sobresalientes en el desdoble de rol y, en la parte vocal, estuvo correcta. Sin lugar a dudas, el personaje que se lleva el broche de oro por la dificultad y belleza de las arias es el de Ruggiero, y así lo dejó patente Christine Rice, que sin lugar a dudas fue lo mejor de la noche. Presencia escénica no le faltó, y se la vio cómoda en su interpretación del rol masculino. Vocalmente estuvo extraordinaria, e hizo alarde de un instrumento en plena forma, donde la voz fluye en todos los registros con facilidad, desde los pasajes más graves a los más agudos, manteniendo siembre su bello color vocal y defendiendo con soltura también los pasajes más complejos. Y la gran sorpresa de la noche fue la interpretación de Oberto por parte de la valenciana Erika Escribà, que cantó con una limpieza vocal extraordinaria y lo aderezó con una lograda interpretación actoral. El joven tenor británico Allan Clayton fue un Oronte seguro que se desenvolvió con soltura tanto en la parte vocal como escénica y su intervención como segunda pareja de la trama, junto con Morgana, no se mantuvo, sin embargo, en segundo plano. Luca Tittoto, dotó a la ópera de la parte vocal más grave y a la vez concienzuda del desarrollo argumental. Y así sonó su voz de bajo, asentada, contundente pero delicada a la vez. Su Melisso fue discreto en escena y su aportación vocal no pasó desapercibida.  Otra sorpresa agradable de la noche fue el sonido que Christopher Moulds consiguió de los músicos titulares de la Orquesta del Teatro Real, no habituados al repertorio de estas características. Destacó especialmente la intervención de los músicos en escena, algunos invitados, como las flautistas Eva Jornet y Melodi Roig, y otros pertenecientes a la Orquesta Sinfónica de Madrid, titular del teatro, Víctor Ardelean (violín) y Simon Veis (violonchelo). Los continuos de la partitura también fueron realizados por músicos invitados, Michael Freitmuth y Vanessa Heinsch con las tiorbas y Luke Green a cargo del clave.